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Revista Kundra: Un poco de terror en la Argentina (I y II)

En la revista Kundra, Nahuel Paz está realizando una recorrida por el género que viene ganando espacio editorial y lectores. Aquí las dos primeras partes.

Un poco de terror en la Argentina (Parte I)
Por Nahuel Paz, para revista Kundra, 15 de mayo de 2017
Definamos: Empecemos con algo sobre el qué. Dice Elvio Gandolfo en El libro de los géneros: “En la base del relato de terror, o de horror, hay una emoción tan básica como el sexo: el miedo o el temor, llevado con frecuencia al paroxismo (…) el modo en que cambia la respiración o el ritmo cardíaco es otro elemento de unión. El espectador/lector se cubre los ojos con la mano, pero casi de inmediato entreabre los dedos, para ver, para entrever. El placer del terror consiste en seguir viendo o leyendo, queriendo apartar la vista o cerrar el libro, y mantener esa tensión, que produce el terror en segunda instancia, fuera de lo real”. Existen otras tantas definiciones, clasificaciones y períodos del terror en cuanto al género, pero la cita de Gandolfo interesa porque abarca la emisión y la recepción del texto, y la coloca junto a la subjetividad. El cine, los videos y los estímulos audiovisuales trabajan sobre la subjetividad, fomentan nuevas subjetividades y producen cambios en esa tensión y en las emociones vinculadas al terror, es así como los autores clásicos: Poe, Lovecraft, Le Fanu, no son considerados escritores de género para adolescentes y jóvenes. En la misma línea que Gandolfo, el investigador Douglas E. Winter dice “El horror no es un género como el policial y la ciencia ficción. No es un tipo de ficción destinado a verse confinado al ghetto de un estante especial en las bibliotecas. El horror es una emoción”. Entonces llegan Stephen King y su doble Richard Bachman.

Momento bisagra en el género

Al pensar en el foco en la literatura argentina. Pienso en un momento bisagra para marcar un “antes y después”.  Entre muchas opciones elijo dos: 1994 y 1996. La primera fecha corresponde a la publicación de Bajar es lo peor, de Mariana Enriquez, novela que se entrecruza con Entrevista con el vampiro con Mi mundo privado (la película de Gus Van Sant) pero en Buenos Aires, con elementos de vampirismo y terror. La segunda fecha responde a la publicación de El mal menor, de CE Feiling, novela que marca un sendero para el terror urbano, local. Un camino vinculado a lo siniestro, en la definición de Elías Canetti (en Masa y poder) “Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido. Desea saber quién es el que lo agarra: lo quiere reconocer o, al menos, poder clasificar.”

¿Por qué estos dos momentos?

La novela de Enriquez se instala, entre los escritores que publicaron novelas de género, como una posibilidad: tomar elementos que dan vueltas en el género y hacerlos propios. En el caso de Feiling tiene pergaminos importantes. Su novela fue publicada por Ricardo Piglia en la “serie del recienvenido” (del FCE), definiéndola como un relato sobre el terror. Luis Chitarroni, el editor de La Bestia Equilátera, afirmaba que releía El mal menor cada un par de años.

Un tercer momento

En el año 2010 se funda la editorial Muerde Muertos. José María Marcos (Los fantasmas siempre tienen hambre) y Carlos Marcos levan adelante este emprendimiento y se meten en el género de terror local con seriedad y profesionalismo.
En 2016 nace La otra gemela, una apuesta editorial fortísima, por los títulos y los autores.

Territorios y lecturas

En 2016 Mariana Enríquez, publica su segundo libro de cuentos de terror: Las cosas que perdimos en el fuego. Y da con otra clave para entender el género: dos tendencias parecen cruzarse en este terror vernáculo, la vieja dicotomía civilización y barbarie, la disputa entre lo urbano y lo rural, el tiempo contemporáneo y el pasado fundacional.
Para el próximo número analizaré estas vertientes en algunos títulos de estas editoriales (Los hombres malos usan sombrero, de Lucas Berruezo; Seis Buitres, de Celso Lunghi), también otros textos para rescatar territorios y lecturas del que parece estar detrás de buena parte de la producción local, el maestro Stephen King. Y aquellas palabras suyas: “Si apagan las luces y tienen miedo, entonces he ganado”.

Un poco de terror en la Argentina (Parte II)
Por Nahuel Paz, para revista Kundra, 28 de junio de 2017
La tesis (revisitada): La tesis, publicada en el número anterior de Kundra, es bastante simple y poco original: dos tendencias parecen cruzarse en el terror argentino, tendencias que disputan entre lo urbano y lo rural, el tiempo contemporáneo y el pasado fundacional. No pienso lo urbano y lo rural en términos de Civilización y Barbarie, sino en términos del espacio de lo desconocido. En esa primera parte que se puede leer acá hice un planteo casi obvio: Stephen King aparece como una lectura obligada para entender el género en la actualidad. Empecemos, entonces. Dice King en Mientras escribo: “Frente a nuestro piso había un terrero que hacía pendiente, un verdadero bosque con un depósito de chatarra al fondo y una vía de tren cortándolo en dos. Es uno de los lugares adónde siempre regresa mi imaginación, una presencia recurrente en mis novelas.”

Lo rural

Celso Lunghi publicó dos novelas de terror: Me verás volver y Seis buitres.
Me verás volver propone un marco alejado de la ciudad como centralidad controladora, pueblo rural, sectas, episodios que abordan lo religioso en clave mística. Una narración epistolar que devela las oscuridades del terror, detrás de la superficie monótona. Una novela de fantasmas con personajes inquietantes como un cura violento e incrédulo o una mujer que no termina de morir.
En Seis buitres una voz femenina, en segunda persona, amenaza, dice, pronostica y reflexiona sobre el futuro y, mientras lo hace, nos devela el pasado del pueblo.
Ese pasado de Seis buitres es su fundación, un hecho ocurrido en la “noche de las palas”, una comunidad cerrada y otra mini comunidad cerrada dentro de ella (personajes convocados por esa voz), así los círculos endogámicos se vuelven asfixiantes y la única libertad posible está en un bosque de brujas y aquelarres.

El bosque y el monte

Sigo con cuentos, “No sabemos nada de la chueca”, de Claudio Rojo Cesca. Un personaje, Estevenzuela, de notorias limitaciones cognitivas, corre por el monte santiagueño. El narrador nos mete en un páramo árido: “La prima hermana ha dejado, para siempre, dicen, el desorden, la falta de comida, el hedor de las alimañas que ahora viven bajo ese suelo”. Y continua con imágenes perturbadoras: el padre de Estevenzuela que lo castiga con golpes por sus “desviaciones sexuales” y reprime su deseo para volverlo tabú; un abuso sexual. En esa acumulación: monte desolado, oscuridad, alimañas, miedo y deseo, se aparece una chueca quiméricay el miedo.
Este es el punto de contacto con el cuento de Mariano Quirós “Toda la luz mala”: el monte, esta vez el chaqueño, las autoridades parentales, la hombría en disputa (en términos de “macho”) el abuelo y la madre del narrador y un niño que descubre la mítica luz mala.
En el cuento “La canción que cantábamos todos los días”,de Luciano Lamberti,el supuesto reemplazo del hermano del narrador por un doble, se da en un bosque, al costado de la ruta, durante una salida familiar, otra vez, cuando los personajes son niños. Como la realidad sigue siendo lo que era y nada se modifica en la superficie, el terror envuelve la vida cotidiana.
En cambio en “El loro que podía adivinar el futuro”, el espacio de la locura comienza en la casa del protagonista y se traslada a la sierra. El ámbito, la soledad y el futuro se alimentan de los miedos.

Lo urbano

Los hombres malos usan sombrero, de Lucas Berruezo es una novela urbana. En el marco el texto utiliza dos tiempos: el presente y un evento que se superpone y reitera en un pasado – futuro.
Los ambientes son reconocibles: la facultad de filosofía y letras, una pizzería del barrio deflores, los colectivos de la Ciudad de Buenos Aires y lo desconocido es que el autor quiebra los límites de lo conocido.
Además del ámbito (ciudad/pueblo rural) la novela de Berruezo se diferencia de las de Lunghi en la narración: Lunghi evita adrede el género policial, Berruezo no.
Lunghi se sirve, en sus dos obras, de las “explicaciones” del periodista investigador Mario Quintana. Por tanto su búsqueda del terror se da en clave de terror. Berruezo, en cambio, se sirve del policial para disimularlo. Lo cotidiano resulta realista y el personaje tiene que olvidar un evento: un encuentro con una niña que lo persigue hasta trastocar la realidad.
En el enrarecimiento se oculta el miedo Los hombres malos usan sombrero abreva en el King de escritores atormentados, capaces de alterar el pasado y el futuro.
Elvio Gandolfo afirma que el terror es un género resbaladizo, y que los escritores del género podrían diferenciarse en dos grupos: los que encuentran el horror y los que lo buscan conscientemente.
Y es en esa búsqueda cuando el Rey Stephen gana la partida.

Sobre los libros citados: Lucas Berruezo, Los hombres malos usan sombreros, Editorial Muerde Muertos, 2015,  100 páginas. Luciano Lamberti, El loro que podía adivinar el futuro, Editorial Nudista, 2012, 112 páginas. Celso Lunghi, Me verás volver, Editorial La Página, 2013/ Seis Buitres, Editorial La Otra Gemela, 2016, 226 páginas. Mariano Quirós, La luz mala dentro de mí, Factotum ediciones, 2016, 144 páginas. Claudio Rojo Cesca, Viñetas del insomnio no resuelto, Cultura Nación, 103 páginas.

EL AUTOR. Nahuel Paz nació en la ciudad de Buenos Aires en 1978. Es profesor de Castellano, Literatura y Latín, egresado del IES Nº 2 Mariano Acosta. Licenciado en Enseñanza de la Lengua y la Literatura por la UNSAM. Trabaja como docente en instituciones secundarias públicas de la Ciudad de Buenos Aires. Escribió manuales educativos para la editorial Puerto de Palos SA MACMILLAN Argentina. Ha dictado cursos de Literatura en el ámbito privado y en centros culturales abiertos a la comunidad. Su novela Bajo las losas fue finalista del 1º Premio Wilkie Collins de novela negra.