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Traducir géneros, multiplicar estilos

Reseña de iluSORIAS, de Alberto Laiseca y 168 artistas del realismo delirante (Muerde Muertos, 2013), por Leticia Martin (@leticiamartin) para Tónica (*)

En el prólogo de su nuevo libro Masas, pueblo, multitud en cine y televisión Mariano Mestman y Mirta Varela se preguntan acerca de la autonomía de las imágenes respecto de los conceptos que traducen. “¿Las imágenes reproducen lo que“dicen” los conceptos o crean nuevas representaciones?”. Por supuesto que la hipótesis del libro de ensayos que compilan sostiene que sí, que existe o es posible esa relativa autonomía de las imágenes.
Suspendo la lectura de ese libro y salgo hacia a la presentación de iluSORIAS, de Alberto Laiseca. Es increíble cómo se ordenan a veces algunos sucesos para que comprendamos ciertas ideas. El libro es un claro ejemplo de la autonomía de la imagen, vale decir, del poder de significar de lo visual, más allá del propio texto. Pero vayamos por pasos.
Es una tarde nublada de sábado. Junio. Abulia. Por detrás de las hojas de los árboles se recorta el monumental edificio de hormigón armado donde se alza la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Tomo unas fotos. Me impresiona un banco vacío en el patio y detrás suyo, el fondo de enredaderas de hojas amarillas y rojizas. Tomo otra foto. De pasada veo al maestro Laiseca, sentado en el bar, estudiando el cuento que va a narrar más tarde. Tomo una foto más. Está tan concentrado que ni se da cuenta.
Me demoro en entrar. Es tan impresionante la arquitectura que me quedo respirando el frío y mirando las terminaciones redondeadas, los pasillos aéreos, vidriados, las ventanitas como ojos. Alguien me dice que Clorindo Testa, su padre creador, le decía “el cuadrúpedo”, como si se tratara de un ser vivo. Pienso que no existe un lugar mejor que un edifcio monstruoso para presentar un libro de Laiseca. Tomo una foto más.
Salteo los saludos, encuentros, y presentaciones, que suelen ser siempre lo mismo. Paso a la mesa, luego del aplauso abultado y extendido que la platea le regala al maestro Laiseca en su ingreso a la sala. Lo acompaña su hija Julieta y los editores del libro: Carlos Marcos y Mica Hernández.
Marcos cuenta el proyecto editorial desde el surgimiento de la idea, tímida, hasta las anécdotas jugosísimas con algunos de los artistas plásticos convocados. “Quisimos traducir cada capítulo de la novela Los sorias al lenguaje visual”, dice. A esta altura hay que aclarar, por si alguno todavía no lo sabe, que este libro es la versión ilustrada de la novela más larga de la literatura argentina: Los sorias, publicada por primera vez en 1998, por la editorial Simurg, que imprimió tan sólo 350 ejemplares de 1400 páginas. Hoy, en Mercado Libre, un ejemplar de esa primera edición se ofrece a $2900, un dato. La novela fue reeditada por segunda y última vez en 2004, por la editorial Gárgola y, obviamente, esta agotada.
Luego de la lectura de la extensa lista de artistas plásticos que participaron del proyecto, entre los que se encuentran: Carlos Regazzoni, Clorindo Testa, Juan Batlle Plana, Jorge Quien, Iñaki Echeverría, y Juan Sáenz Valiente, entre otros tantos, Laiseca narra, con su estilo propio, uno de los tantos cuentos de terror que sabe de memoria. El silencio que generan las más de trecientas personas en la sala es otro dato.
Mientras escucho la historia miro las ilustraciones, las fotos, las viñetas, los dibujos en todas las variantes estilísticas posibles, las pinturas realistas, otras más abstractas, más o menos representativas del capítulo en cuestión y vuelvo a pensar en la autonomía de las imágenes. ¿Estamos frente a una traducción? ¿Se trata más bien de una transposición? ¿Cómo será leer la novela, capítulo a capítulo, cotejándola con este libro? ¿Qué fenómeno extraño es esta obra? Le pregunto a Carlos Marcos si alguna vez se hizo un libro similar y me dice que no, “no con estas características, tantos autores, tantos estilos y puntos de vista”.
El libro, pienso, estalla todos los cánones. No es posible comprender la historia de Los sorias a partir de estas imágenes, si haberlo leído, pero a la vez tampoco se cuenta una historia nueva, porque —aún en la diversidad de las interpretaciones que ofrece—iluSORIAS está contando Los sorias o, más bien, una particular interpretación de cada capítulo de esa novela, por cada artista. En ese sentido iluSORIAS está íntimamente ligado a la novela que le da origen y, por esta razón, le es tanto deudor, como homenaje.
IluSORIAS es la forma en que la cultura argentina, y por qué no también sus márgenes, le devuelven a Alberto Laiseca el mismo delirio que él nos inventó, esos universos propios, escenarios monstruosos, imaginarios, que Laiseca diseñó para sus lectores y todavía siguen redibujándose y resignificando imágenes en la mente de estas generaciones y de las que vendrán.
(*) Lunes 10 de junio de 2013.