Hace mucho frío cuando Artaud el Muerde Muertos es quien sopla | Manifiesto Artaud de Todo

El arte de combinar el humor con el terror

Reseña de Muerde muertos (quién alimenta a quién...), de Carlos y José María Marcos (Muerde Muertos, 2012). Escribe Pablo Martínez Burkett para El Eclipse de Gyllene Draken

“Estos locos se juntan a soñar  y después se vuelven a juntar para  contarse los sueños”. Carlos Marcos y José María Marcos, Muerde muertos (quién alimenta a quién…)

Hace bastante que terminé de leer (disfrutar a pata ancha, tendría que decir, pero sería poco profesional…) la novela Muerde muertos (quién alimenta a quién...) (Editorial Muerde Muertos, Colección Muerde Muertos, Buenos Aires, 2012), obra compuesta a cuatro manos por los hermanos Carlos y José María Marcos. Deliberadamente dejé pasar unos días para esta glosa, para ver si era sólo artificioso sabor en los labios o, como con los buenos vinos, tenía un retro-goût imperecedero.
Como previo, una aclaración que estimo necesaria. Los hermanos Marcos son una de las dichas que me ha deparado la vida literaria. Los aprecio como si fuéramos parientes queridos, los admiro grandemente como escritores, los respeto como editores. Sin embargo, quienes me conocen, y sobre todo, conocen las gotas de sangre germánica que inficionan mis venas, saben que uno de mis dichos favoritos se traduce más o menos así: “No dejo que el sentimiento me nuble la objetividad”. Los que no me conocen tendrán que hacer profesión de fe.
¿Y por qué tantas prevenciones? Porque sencillamente, la novela (cuyas páginas tengo subrayadas en amarillo fosforescente) es una maravilla. El lugar común “una bocanada de aire fresco”, nunca mejor aplicado. Sin embargo, una pauta de objetividad me impone ser medido con los adjetivos. Eso sí, si no los conociera, créanme que sería mucho más abundante en el elogio aún.
Afortunadamente uno todavía lee. No todo lo que quisiera. Pero lee mucho. No falto a la verdad si digo que a medida que se suceden los días, esas lecturas se anidan en la memoria conformando un mosaico heteróclito que va perdiendo consistencia. Esta novela, por el contrario, tiene cualidades de perdurabilidad. Y no sólo eso, es una novela que no deja indiferente al lector y lo lleva más allá. En lo personal, me dieron ganas de investigar si la oscura profesión de los “croque-morts” en verdad existió, si tal o cual personaje era real o apócrifo y repasar mapas y localidades. En suma, una delicia.

“Su hermano creía en otros mundos y en las aventuras que deparan todos ellos”

Imagínese a dos tipos que no se conocen entre sí, pero que tienen infinitos vínculos en común. Imagínese una obsesión especular, de un lado, por un libro, del otro, por un hermano muerto. Imagínese laberintos que se abren y se cruzan, vidas que brillan y se contagian. Imagínese una jugada magistral de ajedrez, donde piezas y tableros son la misma cosa, como lo son las manos antagónicas; lo mismo que la voluntad última que en definitiva hace que se enfrenten. Imagínese una montaña rusa donde todo eso viene como condimento. Probablemente, eso sea Muerde muertos.

“Forjaron un fraude completo y creíble sistematizando el estilo de los más grandes demonólogos”

La novela tiene una estructuración harto infrecuente en estos días, porque es una novela epistolar. En efecto, se trata del intercambio postal entre estos dos personajes principales, uno en cada margen de la mar océana. Procedimiento que entronca su abolengo en celebérrimas novelas del siglo XIX. Cada hermanito Marcos ha asumido una de las personalidades de estos Orbañeja y Figueras Yrigoyen. Creo que allí reside uno de los aciertos del libro. Sabemos lo que pasa a partir del relato de los escribientes. No sólo que no hay una voz omnisciente sino que además, en la carta respuesta, la réplica no se focaliza en aquello que querríamos saber y la trama se va para el lado que quiere el personaje. Como en la vida real, no sabemos lo que pasa, sino lo que nos cuentan que pasa. Y como quieren contarlo...

“Que no pueda diferir sobre lo trascendente y no pueda ya diferenciar lo importante de lo que realmente importa es buena señal”

Afrontar esta organización epistolar era ciertamente un riesgo, pero es resuelto con holgura, pues a mi humilde modo de ver, no sólo que han podido mantener el pulso narrativo, sino que lo han sabido conjugar de forma admirable. Asimismo, han llevado el suspense hasta su última consecuencia, y sobre todo, no se extraviaron en el delirio, que daba y para mucho... (quizás un poco para los espíritus sensibles, pero no para este servidor, meritorio de numerosos hospicios). También combinaron con arte las dosis justas de humor y terror. Y como si no hubiera sido suficiente con invocar a Fabio Zerpa, con la Madame Blavstky, Carlos Ruiz Zafón y el Código Da Vinci, Ron de Feto (...), y hasta unos cuantos sediciosos contemporáneos con vanas pretensiones literarias, se pasean por libros, libros y más libros, hasta llegar al último tercio, donde directamente se pegan un viaje a Katmandú, para desembocar en ese Grand Finale, que habría que filmarlo (si la Patria y la censura lo pudieran permitir).

“La realidad no depende de los hechos sino de las creencias, y los creyentes siempre encuentran algo para acomodar los acontecimientos a sus verdades”

Tal vez una de las características fundamentales del libro sea la superposición de diversos planos de realidad, que conforman un entramado indivisible que difumina los límites y consiente la presencia de lo inverosímil con lo posible. Otro elemento que quisiera destacar es que con muy leves pinceladas, casi como eco de fondo, han delineado ciudades tan distintas pero tan similares como Buenos Aires y Salamanca y ese verdadero ónfalo que parece ser Uribelarrea, la ciudad que no duerme.
Muerde muertos es uno de esos libros que uno imperativamente necesita seguir leyendo para saber qué pasa y que sin embargo, lamenta llegar al epílogo, porque tiene que desprenderse de esos dos orates, simétricos y opuestos a la vez, que se odian y se quieren a su manera. Y despedirse de todo el coro y circunstantes, esa fenomenal cohorte de locos lindos, insanos peligrosos, filibusteros, asesinos relapsos, apóstatas, putas con vana aspiración nobiliaria, travestis varios, libreros enfermitos mentales y los muertos, que nunca terminan de irse, pero tampoco, de aparecer.

“Una mujer me traicionaría viva y sangrante, una mujer me protegería silenciosa y aséptica, un hechicero y un eremita triunfarían sobre mi estupidez”

Buena literatura, muy buena literatura. Carcajadas a vuelta de página. Erudición. Robusta confección de los personajes. Dinámica incansable. Mucho misterio y mucho terror. Y mucho delirio, del bueno, del sano, del que ayuda a respirar.
Una nota final. Al volver uno de los folios, inesperada e inmerecidamente, me descubrí como uno de los miembros del grupo “Finir Morondo”, una especie de “Santa Compaña” que puebla los capítulos del libro. Una vez repuesto de la sorpresa, no pude sino recordar aquellas palabras del Jorge Luis Borges: “¿Por qué nos inquieta que Don Quijote sea lector del Quijote y Hamlet espectador de Hamlet? Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios”.
Eso es en definitiva Muerde muertos, una invitación a revisar todas las pacificadoras categorías que nos dan cobijo cada día. Una oferta a volver a mirar, a preguntar, a disfrutar, a ser menos incautos pero más crédulos. A sumergirse en una forma de escribir que nos reconcilia con la literatura. La que importa.
Puede que usted crea que atajarme sobre el vínculo que me une con los autores sea un truquito ineficaz de cara a lo que intenté hilvanar en los párrafos precedentes. Lea la novela. Y después dígame si no me quedé corto.